Restaurante Bohèmic // Barcelona
















       

Bohèmic
            Manso, 42. Barcelona
T: 93.424.06.28.
Precio medio (sin vino): 30 €
Menú degustación: 50 €



El bistronómic que se cree bistrot




Me habría gustado que esta fuera mi primera visita a Bohèmic para dejarme deslumbrar por el fogonazo del descubrimiento, guiar a la tribu hasta este bistronómic que se cree bistrot y escribir frases alteradas: “Calambrazos de creatividad en un lugar inesperado”.

Argumentaría que en ese decorado de inclinación francesa se representa alta cocina pequeña, alta comedia gastronómica en dosis homeopáticas.

Y siendo todo eso verdad, la luxación entre contenido y continente, el respeto por un cocinero solitario, o habitualmente solo, que carga sobre las espaldas el tiempo, los siete años en los que Francesc Gimeno Manduley, Mandu, escoltado por su madre Maite, batalla para que este comedorcito sobreviva y recoja, en forma de público fiel, el reconocimiento que merece.

¿Qué hacer? ¿Cómo atraer a los comensales? ¿Acaso la oferta no es merecedora de desplazamientos desde otros barrios de la ciudad, de la provincia, del país?

Piensa Mandu, ¿y si dedicara los mediodías al tapeo, a ese vermut al que se consagra la ciudad con pasión y sometimiento? Podría porque sus bravas (“tienen una salida fenomenal”) son de las mejores, ahumadas, la salsa esponjosa, de un tiempo pre patatero allá por diciembre del 2007. Y aunque seguro que esa oferta ligera sería magnífica, me interesa la complejidad de otras miniaturas, como las gambas en dos versiones.

Gamba A: en un vaso, el bicho crudo con coco y lima, rollo thai. Sobre una pizarra, la cabeza, de la que sacar el jugo para engrasar la sopa, y un botecito con aceite picante para redondear el aliño. Es el comensal el que termina el plato en un acto de cocina participativa.

Gamba B: otro cabezón de bigotuda, tostado con soplete en la sala, bocado que antecede al plato hondo con el cuerpo del crustáceo, packchoy (verdura) y emulsión de fuagrás.

Ah, amigo, cómo te organizarás para sacar estas delicadezas a un hipotético comedor repleto, esfuerzo que requerirá de más cocineros, de más camareros, además de Maite y la ayuda inestimable de Eulàlia Torrens.

“Soy una máquina, concentrado, cuando me pongo pam-pam-pam”. Pam-pam-pam, plato tras otro. Este tío tiene más habilidad y peligro que Bruce Lee con los luchakos.

Junto a una lamparita, recostado en un sofá corrido como un chevalier, bebo Bancal del 2011 y como grandes platillos: la ensalada de cangrejo real y soja verde (la leguminosa es prescindible), la almeja a la brasa con hinojo y jugo ahumado, el canelón de pollo con fuagrás y queso comté y el cordero del Ripollès con parmentier realzado con kumquat (cítrico), que Eulàlia enseña en una cazuela en la que humea el romero.

Post clasicismo sacando la patita hacia la vanguardia. Doy estrellas a dos tastets: el bonito con tuétano, que requiere de nuevo de mi intervención para mezclar colágenos, y el mimolette caliente, postre de queso cocinado que oculta un pastelito de zanahoria.

Salgo contento y preocupado, sin saber si a Bohèmic le queda mucha o poca vida comercial. Y escribo que estoy deslumbrado por el fogonazo del redescubrimiento y con ganas de guiar a la tribu a este bistronómic que se cree bistrot.






            PICA-PICA
Atención: a la carta de vinos, que se fija en pequeñas bodegas.
Recomendable para: seguir la forja de la Nueva Cocina de Barrio.
Que huyan: los interesados por la oferta de un bistrot-bistrot.





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