El restaurante de la semana: Chen Ji















Chen Ji
Ali Bei, 65. Barcelona.
T: 93.247.68.31.
Precio: 10 €.



El  ¡cuac! del pato Pekín



En los últimos meses he frecuentado este restaurante de Chinya, del Nuevo Barrio Chino de Barcelona, en las cercanías del Arc de Triomf, ya arco de todas nuestras derrotas. Los conocedores le han puesto subtítulos halagüeños: chino para chinos, chino auténtico, chino que no parece chino.

Los suscribo, aunque no sabría decir cuál es el grado de autenticidad: bajo, mediano o alto, porque comunicarse es más difícil que atrapar fideos traslúcidos con los palillos. Malditos fideos, resbaladizos y esparcidores de manchas.

Chen Ji es grande, dos plantas siempre repletas, comensales que entran y salen, mesas calientes.

Los clientes chinos son veloces; entre soplidos, se meten un bol con sopa, fideos y costillas de cerdo ardiente como el abrazo de la Antorcha Humana o eligen, a ¡5,50 euros! la bandeja del bufet, completa, con varios compartimentos.

Los clientes occidentales se dividen entre estudiantes, que también aspiran esas urgencias a bajísimo precio, o comensales que exploran la carta con 162 entradas.

El rollito de primavera no es una de ellas, ni el arroz tres delicias. Esas especialidades han sido desterradas de estas páginas encuadernadas con tapas de imitación de piel.

En las paredes, ningún farolillo, dragón llameante o molduras rojas. El aspecto es el de otro bar atropellado y sin interés.

En las mesas, botes de soja de un litro y ¡pañuelos del Mercadona! en lugar de servilletas. Nada de lo escrito hasta aquí parece apetecible.

He ido con amigos desconfiados, a los que el entorno ha erizado la piel hasta que se han metido en la boca los guo tie (empanadillas tostadas por una cara) y han llorado de alegría con la factura (nueve piezas, 3,50 euros).

Varias recomendaciones para los que se adentren en el antro.
Mejor ser varios porque las raciones son tamaño Homer Simpson.
Compartir es un placer y una necesidad.
Jamás hay que desesperarse si la cara del camarero es menos expresiva que la piel de un tambor.
En este ámbito, el extranjero eres tú.
Durante un tiempo hubo un sudamericano, lo que facilitaba el diálogo, pero ha desaparecido.
Sé atrevido: un mundo de vísceras se abre ante ti, aunque me disgustaron los intestinos crujientes porque cerdeaban.

Pasado el susto de la casquería, vayamos a por un combinado ganador. Los tallarines hechos a mano (superiores a los del vecino Kaixuan), las bolas de masa rellenas (xiao long bao, bastas pero ricas) y las ancas de rana rebozadas (mejorables).

Dejo para el remate lo mejor, el plato más caro, a 12,50 euros: el pato Pekín. Estoy en condiciones de escribir que es uno de los mejores de la ciudad. Incrédulos, es así.
Al menos se necesitan dos bocas para dar fin al ánade.
Las obleas, finas, calientes.
La salsa hoisin, la cebolleta, el pepino, los encurtidos.
Y el pato, la piel cruuujiente.
Lo he comido cada vez y cada vez me ha desconcertado la calidad. ¿Cómo es posible?

Contoneándote como un pato cebado, sales de Chen Ji preguntándote por qué es barato, por qué es bueno y por qué abren desde el desayuno hasta la medianoche. La única respuesta es: ¡cuac!





PICA-PICA
Atención: a la cantidad de platos, leer con paciencia.
Recomendable para: los que quieran una experiencia china menos occidentalizada.
Que huyan: los que necesitan servilletas de algodón.








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